“... aunque si nací, ya entiendo qué delito he cometido”.
La vida es sueño. “Calderón de la Barca”.
Platón dice que es superior el mentiroso al que dice una verdad errónea, o una verdad que él cree,
pero que es errónea.
El personaje de Doña Emilia Pardo Bazán asevera en la Pág. 163 del libro: “La verdad hiere, la verdad duele, la verdad mata, incluso.” “En no pocas ocasiones acabamos siendo rehenes de nuestras incómodas verdades mientras que, en otras, directamente nos hacen muy antipáticos a ojos de los
demás”.
Si descendemos hasta la base de la pirámide de esa afirmación para destripar el argumento de “El misterioso caso del Impostor del Titanic” de Carmen Posadas; comprobamos que, el impostor de esta historia llega a ser una especie de personaje cenital que lo impregna todo.
La novela podría ser definida, como “gótica”, si nos dejamos llevar por los hechos extraños que acontecen; o como cuento de hadas macabro si, como Doña Emilia, comparamos la Casa de los dos Torreones con la del cuento “Hansel y Gretel”.
Al fin y al cabo, el impostor algo tiene de Hansel expulsado del paraíso de la casa paterna y, Amalia podría ser la Gretel de esta historia.
Envueltos en esa sociedad de principios de siglo XX, los personajes parecen tener prisa por olvidar pasadas miserias decimonónicas, corriendo a toda prisa hacia la prosperidad y el mundo de los inventos más sofisticados; sabiendo que su capacidad de comprensión queda rezagada, y que, mucho tiempo después(volviendo la vista hacia actuales casos de corrupción), se repetirán los mismos errores que produce la arrogancia, el ansia de poder, la envidia, el sometimiento del subordinado, o del débil, la ambición desmedida, en fin.
Las clases sociales, en esa época no tan lejana, estaban perfectamente definidas y estancadas, a pesar de moverse en ese mundo fluctuante de modernidad. Digamos que habitaban una sociedad de “icebergs” flotantes con sus bases escondidas, que eran las que realmente movían “la punta del iceberg” visible.
Se llegaba a comprar un cadáver, ante el vacío legal que dejaba la desaparición de un marido, o de un hermano, en este caso, para adquirir la continuación de la vida de los otros, para no dejarlos “enterrados en vida”, para no “morirse en un mar de luto”, que diría Bernarda Alba. ¿Pero, quién podía darse esa segunda oportunidad?
El dinero consigue pagar y arreglar estos asuntos, igual que esconder en el cuarto oscuro lo que sobra (personaje invidente de Laura), lo que no ha pasado por el marchamo de esa sociedad idílica que se divertía y movía el mundo; hasta que, embarcados en su buque insignia, metafórico, o real, se
topan con lo inevitable y se desata la tragedia.
El hundimiento del Titanic, que recorre toda la novela, puede verse como un símil. Lo triste es que ocurrió, que el hecho trastocó vidas y que los buitres suelen andar cerca en estos casos.
No es casualidad tampoco que se mencione la novela de Doña Emilia Pardo Bazán “La gota de Sangre”, que trata de esto, de desvelar que en medio de tanta “pulcritud” social de clase alta, cualquiera puede tener “una mancha” una mezcla inconfesable, pero necesaria para la continuidad de su especie.
Así es que, si nos ponemos a pensar en el asunto, hasta a Santa Teresa le abrieron un proceso de “limpieza de sangre”, por judía. Y haciendo memoria, creo recordar que los fantasmas del palacio de Linares de Madrid, venían a ser el trasunto, supuesto, de un incesto involuntario.
Por lo tanto, y para no pensar demasiado en cuentos, novelas de terror, incendios purificadores de historias macabras, impostores, o muertos que vuelven; nos quedaríamos con el macguffin del principio. Historia más asumible, ya que las 300 páginas siguientes casi nos vienen a dar en los hocicos con el desenlace; como si el personaje de Conan Doyle, Sherlock Holmes, falso y de novela, hubiese estado ahí para avisar: “elemental, querido Watson”.
Soledad González.
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