Fernández Díaz, Jorge.
[2019], Mamá. [Barcelona]: Alfaguara.
“Ten siempre a Ítaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino”.
Kavafis, Konstantinos. ITACA.
ASTURIAS PATRIA QUERIDA.
“Mamá” es una novela de fronteras, de muros, y de personajes atrapados en una tela de araña social y económica.
Carmen, como “Meursault”, en “El Extranjero” de Camus, bucea en un mundo que la atrapa sin aparentemente cuestionarse la sucesión de hechos que la zarandean; los acepta como la mayoría de las cármenes de esa época, por imposición (tragándose las agallas, que las tiene).
En ese sentido, Carmen -no como la de Merimée, o la de Bizet, cuyos ideales de amor y libertad chocan con los su época- es un personaje trágico, extraño, o extranjero porque no ha podido definirse a sí m a sí misma, quizá, hasta que llega la tabla de salvación de sus hijos, paradoja de libertad.
Carmina era la hija que no tuvieron sus tíos y en ese papel de hija/sobrina agradecida, había servidumbre. Para el tío Marcelino, “ellos le debían todo, y mis padres y sus hijos tenían que manejarse en la vida según las reglas internas que él había dictado”.
La familia que hereda Carmina: María del Escalón, y los antecedentes de su historia, parecen traspasar las fronteras de su pueblo, de su Asturias natal, y navegar con ella a América para quedar, así, enredados en su recuerdo.
Comparando a Carmen con otros personajes literarios, diríamos que, tras largos años en Argentina, es una “Robinson Crusoe” del Nuevo Mundo. Así que: “ya parecía demasiado tarde para irse y también para quedarse, y pasaron décadas en ese limbo donde fueron despojándose de lo que alguna vez habían sido, y arropándose de lo que debían forzosamente ser”. Un mundo que ella había ido construyéndose, a pesar de todos los desarraigos.
Su historia acaba, lo mismo que su vida, olvidando por el Alzheimer, queriendo explicarse aquel mundo de extrañeza y extraños en el que se había ahogado. Incluso, al morir su padre, José, “la sorprendió un gran vacío, y lloró sin consuelo”. Después, fueron al taller “para tratar de entender quién había sido realmente aquel individuo”. En ese eslabón cortado está la tragedia de Carmen. Finalmente, no pudo responderse, la explicación de ese sinsabor es: vacío.
A fuerza de soportar muchos golpes bajos, Carmen, es una mujer fatalista: “esa neurosis de ciertos idealistas que piensan …que todo está determinado por una fuerza desconocida”; por eso, dice el autor de él mismo, al tenerse que enfrentar a las “sentencias” negativas de su padre sobre su propio futuro: “la vida trata precisamente de las cosas que podemos cambiar y de las cosas que debemos aceptar de nosotros mismos”.
Lo que acepta Carmina, con los primeros pasos de vida, es el vacío de la patria que le arrebatan, la de su infancia, la única que nos arropa para siempre. Y desemboca en la tabla de salvación de los tíos, otra paradoja del destino, porque “El tío Marcelino era, “correcto y bondadoso”, pero también “un monstruo. En ese mar proceloso de Carmina, ese mar que une o separa, bucea, además, el concepto de maldad; y es que, en los primeros pasos de vida, quien le hiere, es a quien más “pertenece”; los cercanos, que, por “ignorancia”, por desapego, o por cualquier otro motivo, no engarzan su vida con la de ella: “la maldad es una metáfora de la ignorancia, y mi abuelo era un talentoso artista de la madera, pero también un gran ignorante”, argumenta el autor.
Las olas que arrastraron a Carmina a orillas extrañas, forjaron esa historia que puede parecerse a otras; porque, en el fondo, las vidas se asemejan, aunque no sean la misma.
Finalmente, de Carmen, queda el socavón de haberse descubierto a sí misma detrás de la miseria, detrás de la soledad y del destierro, en medio de la nada.
Soledad González.
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